En los últimos años, Guillermo Alonso participó, documentó e informó de unas 350 operaciones contra el narcotráfico como parte de un plan en el que la comunicación era un arma más frente a una delincuencia venerada por partes de la sociedad
Tarde del 6 de febrero de 2018. Una veintena de encapuchados asalta el hospital de la Línea de la Concepción (Cádiz) para liberar por la fuerza a un individuo que estaba bajo custodia policial y que había sido detenido tras saltarse un control. No era un delincuente cualquiera. Se trataba de Samuel Crespo. El lugarteniente de los hermanos Alarcón, Antonio y Francisco —conocido como Isco—, los líderes del clan de Los Castaña. Dos tipos que, como el Messi del Hachís, Kiko el Fuerte o el Pantoja, eran desconocidos fuera de la comarca del Campo de Gibraltar, pero que en municipios como el linense o Algeciras se habían convertido en ídolos para jóvenes seducidos por su ropa de marca, coches de lujo y, sobre todo, por el respeto y miedo que infligían en todos los que sabían que eran los reyes del narcotráfico en el sur de Europa. Una imagen distorsionada que iba carcomiendo a una sociedad azotada por el desempleo y la falta de oportunidades y que se asomaba peligrosamente al abismo de una mexicanización impulsada por la ascendencia del narco. El guardia civil Guillermo Alonso se disponía a irse de vacaciones ese verano cuando sonó su teléfono móvil. Era una llamada en nombre del general Contreras, en la que le explicaban que iban a proponerle un proyecto que cambiaría su vida y marcaría el tramo final de su carrera: liderar la comunicación de un dispositivo sin precedentes contra el narcotráfico. Era el Plan OCON Sur. Un despliegue que durante cinco años percutiría sin tregua a los grandes clanes de la droga para acabar con su impunidad, pero que también tenía como fin eliminar el aura que rodeaba a estos delincuentes. Ganarles también en la batalla por el relato.
Alonso, en la reserva desde junio, recuerda que la información fue desde un principio un factor clave dentro de un plan de actuación sostenido por cuatro patas y cuyas otras tres eran el Grupo de Acción Rápida (GAR), la Unidad Operativa y el Centro Regional de Análisis e Inteligencia contra el Narcotráfico (Crain). Su labor consistía en "contar el trabajo de los demás", pero también en "dimensionar un problema que íbamos a solucionar" y demostrar la fortaleza del Estado de Derecho. La tarea no era fácil. Como comentó el portavoz de la plataforma Por tu seguridad, por la de todos, Francisco Mena, en la comarca se había instalado una especie de omertà que comenzó a romperse, poco a poco, tras la muerte de un niño de seis años que perdía la vida al ser arrollado por una embarcación neumática. Ocurrió tres meses después del asalto del hospital de La Línea y reafirmó los miedos de unos vecinos que en julio de ese 2018 asistieron al fallecimiento, durante una persecución, del agente del Servicio de Vigilancia Aduanera José Luis Domínguez Iborra. "Hubo un despertar de unos ciudadanos que entendieron que esta lacra te afecta. Hablamos de familias con hijos, que estudian en colegios y que ven en la figura del adolescente captado por los narcos a un chico que gana mucho dinero y que tiene todo a su alcance", relató Mena para alertar del enraizamiento entre la juventud de una cultura del narcotráfico que tiene un gran "efecto llamada". Al salir en los medios, comenzaron a reconocerlo, lo que le obligó a dormir fuera para no dar pistas de las operaciones con su presencia No es un fenómeno nuevo. El primer contacto de nuestro protagonista con La Línea se remonta a 1990, poco antes de que estallase la Guerra del Golfo. Entonces formaba parte del Grupo Rural de Seguridad (GRS) y fue destinado a la zona porque "se había calentado mucho por el contrabando de tabaco". En su memoria, imágenes plenamente vigentes en la actualidad: "Los guardias civiles intervenían para llevarse los cartones y la gente se arremolinaba en los coches patrulla para recuperarlos". Guillermo pasó varios meses en la comarca de forma intermitente, pero le sirvió para acercarse a una realidad que acabaría convirtiéndose en costumbre. Lo primero que hizo cuando aceptó ser el rostro mediático del OCON fue presentar un plan de comunicación ambicioso que acabó consensuando con los responsables del dispositivo. Una de las metas era que los agentes comprendieran el valor de la comunicación en esa guerra que estaban librando contra el narco. "No era lógico que estuviésemos haciendo 30 o 40 registros, los medios llamaran para preguntar y decirles que no ocurría nada. Eso generaba desconfianza", explica, antes de añadir que sus compañeros entendieron que la información que se transmitía a la sociedad era un arma con la que reafirmar la autoridad: "Trasladar el esfuerzo que se estaba haciendo por mejorar la situación".
En esta labor por llegar a la ciudadanía hubo varios hitos que desnudaron las actividades del crimen organizado y pusieron de relieve su debilidad ante los mecanismos de defensa de un país. Una de ellas fue la primera gran operación contra Los Castaña. Toda una exhibición de fuerza pública en la que se movilizó a más de 600 guardias civiles. La misma que se percibió en otra intervención que llevó a los agentes hasta las islas Chafarinas para acabar con uno de los puntos en el que las embarcaciones de los narcos se refugiaban cuando había temporal. "Fue como decirles: 'Vamos a ir hasta donde estéis", comenta el antiguo responsable de prensa, que recuerda que se empleó un buque oceánico, helicópteros y aviones. Aunque el antes y el después, mediáticamente hablando, fue el descubrimiento de Villa Narco. Una especie de urbanización en el barrio linense de El Zabal que con el paso de los años fue el lugar de residencia de numerosos traficantes. El auténtico valor de las imágenes que Guillermo grabó en ese complejo residencial trascendía lo policial. Mostraba a todas esas personas que podían mirar con cierta admiración a esos delincuentes que "no eran Robin Hood" y "vivían del carajo". En cada una de las casas que fueron reventando, se encontraron una mezcla de "opulencia" y "mal gusto" que hurgaba en la esencia del narco. "Uno de los chalés tenía cada habitación tematizada. Otro construyó un trampolín en la piscina que era como un galeón y una montaña en la que había tallados animales como un cocodrilo". "En el sótano de una villa nos encontramos cabezas de peluches que estaban colgadas en la pared como si fuesen trofeos de caza. Una de alce, de oso, de león… Me resultó tan extraño que pensé que podían ocultar algo, así que le pedí a uno de los compañeros que estaba registrando la habitación que abriese una mientras lo grababa. No había nada en su interior. Simplemente les parecía bonita esa decoración", recuerda.
Otras veces, más que con la imagen, el impacto se conseguía con un sonido. El de los gritos de los agentes al derribar una puerta en mitad de la madrugada o el ruido de los motores de los coches de alta gama intervenidos. Fue uno de los motivos por los que comenzó a incrustarse con el GAR en el momento de más tensión: cuando hay que irrumpir en una casa y reducir a los sospechosos. Reconoce que al principio encontró reticencias, aunque acabó ganándose la confianza de los miembros de la unidad. Lo consiguió sin ser "una preocupación para ellos” y cuando comprobaron el resultado final de las grabaciones.
El sonido del dinero
Pero nada tan embriagador como ese sonido envolvente y constante de las máquinas contadoras de billetes. Se graba en el cerebro como el estribillo de una canción. Como el que emitían las que se utilizaron para contar los 16,5 millones de euros que localizaron en varias viviendas de La Línea. Los agentes necesitaron aproximadamente 10 horas y varias máquinas para contar los fajos que encontraban ocultos en cualquier lugar de los inmuebles.
"Mi principal miedo era no ser capaz de reflejar tantos meses de trabajo de los investigadores, no saber vender el producto", confiesa Alonso. "Buscaba un registro que fuese visualmente atractivo. Una casa aislada, mejor que un bloque de pisos; la figura del cabecilla; alguna incautación llamativa…", consciente de la dificultad de encontrar elementos que evitasen que se volviesen monótonas para los medios. Pero una cosa clara, la autonomía de la que gozaba tenía una línea roja que no se podía cruzar nunca: "Difundir imágenes que descubrieran tácticas operativas ni técnicas de investigación". Guillermo, que trabajaba junto a las oficinas de prensa de las distintas comandancias y con la Oficina de Relaciones Informativas y Sociales (ORIS), estima que pudo documentar aproximadamente 350 operaciones, la inmensa mayoría en municipios de la comarca del Campo de Gibraltar, donde el narco tiene mil ojos y una amplia red de informadores. Lo que provocó que con el tiempo tuviese que cambiar de costumbres. "En un principio, al ser la mayoría de las operaciones de madrugada, me quedaba en un hotel desde el que me desplazaba a uno de los puntos de interés. Pero llegó un momento en que me reconocían en una gasolinera o en un bar donde tomaba café. Así que mi presencia se podía asociar a una intervención inminente y dar pistas a los malos, por lo que tuve que empezar a ir directamente desde Sevilla o dormir en otro municipio fuera del radio de acción de los traficantes. Para mí se quedan los madrugones de todos estos años".
'Narco stars'
Esta tarea de información provocó un curioso fenómeno. Aunque la Guardia Civil no muestra el rostro de sus detenidos, las sucesivas investigaciones hicieron que la sociedad "pusiese cara al narcotráfico". Lograron que las actividades de muchos de ellos trascendieran de la comarca y una exposición mediática que dañó la imagen de muchos para los que la discreción era clave. Otros, sin embargo, al verse ante un pelotón de cámaras lo vivían como "una especie de reconocimiento". Las imágenes de Villa Narco y de numerosas máquinas de contar billetes trabajando al mismo tiempo supusieron un antes y un después Alonso recuerda el caso de "un conocido narco de La Línea" al que, después de detener y registrar su casa, le ofrecieron ocultar el rostro porque en el exterior había medios. Se negó y salió mirando, desafiante, los objetivos que captaban su paseíllo hasta el coche policial. "Pensamos que lo hizo porque de esta forma marcaba su estatus dentro de prisión", apunta. Parecida es la historia de otro investigado que en la cárcel pidió que le llamaran con el mote que los agentes le habían puesto durante la investigación: "Y no era nada bonito". Para algunos de estos delincuentes, "salir en prensa era una muestra de fortaleza y poderío", una forma de empoderarse ante otros clanes. Los motes eran como marcas de empresa que dimensionaban la verdadera fortaleza de la organización.
Guillermo Alonso, una vez reestructurado el Plan OCON, en una polémica decisión del Ministerio del Interior, echa la vista atrás y se muestra orgulloso del trabajo que hicieron en Algeciras, La Línea o Marbella. "No corrió el riesgo de que se corrompiese el sistema", pero era necesario "parar" al narco. Lo lograron con constancia y determinación, pero también con un móvil y un estabilizador de imagen que captaron la dimensión del problema y que registró esa pelea que aún se libra.
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